Antaño, cuando los emperadores o los piadosos aristócratas querían disfrutar del silencio y de la meditación del alma, hacían construir sus casas a los pies de las laderas pobladas de bosques que rodean Kioto, y las convertían en bellísimos jardines. Mientras que las antiguas ciudades de piedra europeas han conservado su apariencia originaria gracias al desplazamiento de las nuevas construcciones hacia los suburbios, manteniendo siempre aquellos objetos más preciados del arte religioso en el centro urbano, el caso de Kioto es completamente inverso.
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