Angkor

El culto al rey dios

La presencia terrenal de la divinidad ratificaba el carácter divino del reino khmer, una concepción que introdujo Jayavarman II (802-850) al proclamar el culto Devaraja en el monte Kulen ante los Grandes de su reino. A partir de ese momento el rey se convirtió en mediador entre el cielo y la tierra, una figura que representaba la encarnación de la divinidad y era contemplada como parte de la misma, no sólo simbólicamente. Como ser humano, el monarca vivía en un palacio de madera, un signo que evidenciaba su transitoriedad; su vertiente divina se hallaba representada en un templo mediante una estatua que aunaba la esencia, el «yo interior», el principio básico del dios y del rey. Ello podía plasmarse mediante un símbolo, como por ejemplo la escultura hinduista en forma fálica (Iingam), o también en una estatua de un dios o de Buda con el rostro del soberano. Pero la estatua no encarnaba en sí misma esa esencia de dios y rey, por lo que era preciso celebrar una ampulosa ceremonia para «insuflarle vida». El santuario estaba reservado al monarca y sus dignatarios, si bien se permitía el acceso al pueblo llano para beneficiarse de las enseñanzas contenidas en los numerosos relieves que narran los mitos de los dioses; sin embargo, los mortales no podían acceder al santuario para realizar sus rituales del culto.

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